La verdad sobre el nuevo precio de los medicamentos en Colombia
¿Por qué mientras cobran lo que quieren, el Estado mira para otra parte?
Para decirlo con justicia, el Ministro de Salud anterior y el actual lograron ponerle un poco de orden al precio de algunos medicamentos en Colombia, abuso insoportable que se ha convertido con el paso del tiempo en una verdadera cosecha de atropellos contra la gente. Pero todavía falta mucho camino por recorrer, falta meterle la mano a la mayoría de esos productos.
¿Quién ha permitido semejante ultraje durante tantos años? El Estado, naturalmente, que se hace el de la vista ciega y los oídos sordos ante los clamores del ciudadano. El Estado, que debería ser el supremo vigilante, se la pasa mirando para otra parte.
¿Y cuántos años ha durado semejante injusticia? Me gustaría saber cuánto tiempo hace que andamos en eso y cuánto dinero les arrebataron injustamente a los colombianos más pobres al comprar sus remedios, antes de esta rebaja, que empezó el 3 de enero. Porque los más ricos los adquieren en los viajes al exterior, donde son muchísimo más baratos, tal como lo he demostrado comparativamente en varias crónicas que he escrito para estas mismas páginas.
¿Por qué estaban cobrando lo que cobraban, si podían cobrar lo que cobran ahora? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Aquí me quedo, sentado y paciente, esperando que alguien me responda esa pregunta.
Increíble: 92 % de rebaja
Como la verdad hay que decirla completa, tampoco es que sean muchos los productos que acaban de rebajar por decreto. Hasta ahora solo se sabe de unas cuantas medicinas, especialmente aquellas relacionadas con dos áreas: las que sirven para evitar el embarazo y las que controlan la presión arterial y, por extensión, las posibles enfermedades coronarias. Nada más.
Pero aún así, pequeñita y todo, los expertos calculan que esta rebaja de enero le ahorrará a Colombia unos 75.000 millones de pesos al año. Qué tal que la reducción de precios hubiera sido más grande.
Los invito ahora a que ustedes mismos, que son las víctimas de estas arbitrariedades, midan el tamaño de lo que rebajaron esos precios o, lo que es lo mismo, el tamaño de la plata que les venían quitando.
Pongamos un solo ejemplo, uno solo, elocuente y estremecedor. Hay un comprimido que se llama Aprovel, y que sirve para normalizar la presión arterial. Miren esto: el 2 de enero la caja de Aprovel, de 28 tabletas, costaba 220.000 pesos en cualquier lugar del país. Pero un día después, uno solo, el 3 de enero, costaba 17.500 pesos. ¿Se dan cuenta?
Por Dios santísimo: bajó, como por arte de magia, como por encanto de hechicería, el 92 por ciento en solo veinticuatro horas. Entonces, ¿por qué el día anterior costaba tanto? ¿Es que acaso van a devolverle su plata a tanta gente que lo pagó tan caro durante tantos años?
Otra vez subiendo
Voy a insistir con la misma pregunta que he repetido varias veces a lo largo de esta crónica, y que seguiré repitiendo cuantas veces sea necesario, aunque me tilden de periodista cansón y vieja cantaletera: si podían cobrar el 92 por ciento menos, ¿por qué cobraban el 92 por ciento más?
Otra cosita que me da vueltas en la cabeza: quiero saber si desde el 2 de enero existe en la realidad una vigilancia de precios efectiva, para asegurarse de que se cumplan los nuevos precios, o eso se limita a ser un simple decreto de papel que nadie controla y que nadie respeta.
Para saber la verdad, dejo que pasen veinte días desde el momento en que entró en vigencia la resolución del Gobierno con los nuevos precios. Vencido ese plazo, entonces me pongo a averiguar en farmacias y droguerías, boticas de barrio y grandes comercios en diferentes ciudades y regiones del país, a ver si se está cumpliendo lo ordenado. Estos son algunos resultados de esa búsqueda:
**Aprovel. Ya dijimos que la medida del Gobierno fijó su nuevo precio, a partir del 2 de enero, en $ 17.500. Pues bien: el 25 de enero, en el promedio de seis ciudades, costaba 36.000 pesos, más del doble de lo establecido. En algunas ciudades, como Cali, se consigue en 27.200 pesos, lo cual significa que es un poco más barato, aunque sigue estando por encima de lo ordenado.
El columpio de los precios
El Aprovel no es ninguna excepción a la regla. Por el contrario, abundan los casos de productos farmacéuticos que están volviendo a subir de precio después de haber bajado. Es como el columpio de los parques: un ratico para abajo y en seguida regresa para arriba. Dios quiera que no se vaya a caer alguien. Véanlo ustedes mismos.
**Micardis. Para normalizar la presión arterial. Caja de 14 tabletas. La rebaja la puso en 12.129 pesos. Pero el 24 de enero costaba 136.400 pesos en Bogotá, 137.100 en Cartagena, 127.000 en Medellín y 132.000 pesos en Bucaramanga. Lo que demuestra que no le bajaron ni un centavo, a pesar de la resolución del Ministerio.
**Betaloc zok. Para el tratamiento de cardiopatías. Caja de 30 tabletas de 50 miligramos. El decreto redujo su precio de 56.000 pesos a 7.695. Fue una rebaja de 86 por ciento. Pero en este momento cuesta ya 16.000 pesos, más del doble de lo ordenado. (Una cardiopatía, en sentido general, es cualquier padecimiento del corazón, de los más leves a los más graves).
**Lumigan gotas. Para los ojos. En diciembre pasado costaba 92.646 pesos. Se dispuso que su nuevo precio sería de 22.580, lo que significa que la rebaja estuvo próxima al 70 por ciento. Sin embargo, 20 días después volvió a subir: el 22 de enero costaba en Bogotá 85.500 pesos y 89.000 en Cartagena. En solo tres semanas subió cuatro veces el nuevo costo autorizado.
La otra cara
En medio de tantos abusos, me llevé algunas sorpresas mayúsculas. Hay varios medicamentos, de los que fueron rebajados, que respetan los nuevos precios establecidos por el Gobierno. Lástima que no sean muchos, ya que apenas encontré tres casos. De manera, pues, que, como todo hay que decirlo para que la verdad quede completa, a continuación les cuento cuáles son.
**Topamax sprinkle. Para el tratamiento de una enfermedad como la epilepsia, tan terrible que los antiguos la llamaban ‘el mal del diablo’. Caja de 25 miligramos por 28 tabletas. Costaba 90.883 pesos y el Ministerio de Salud fijó su precio en 14.706. Hoy cuesta, en el promedio de ocho ciudades, 14.720.
**Plavix. Para el corazón. Hasta finales de diciembre pasado cobraban 220.975 pesos por la caja de 28 tabletas de 75 miligramos. A partir de enero se fijó el precio en 35.826 pesos. Hoy cuesta entre 35.900 y 36.000 pesos en las distintas regiones.
**Alphagan por 5 mililitros. Para regular la presión del ojo. El año pasado costaba 134.432 pesos, pero la nueva disposición del Gobierno lo bajó a 29.021 pesos. Hoy tiene un costo promedio de 29.035 en seis ciudades del país.
Hasta el hilo dental
En cambio, y por el contrario, son incontables los remedios que han venido subiendo de precio de manera descontrolada y frenética en los últimos años.
Un caso elocuente –y terrible– es el de los medicamentos para el cáncer, que suelen ser los más costosos. Tasigna, que los médicos recetan para cánceres especialmente resistentes, costaba 7’420.000 pesos a finales del 2014 la caja de 112 cápsulas de 200 miligramos. Hoy, cuatro años después, vale 9’402.000 pesos.
MabThera, que sirve para lo mismo, en suspensión inyectable de 500 miligramos, estaba a 2’880.000 pesos para esa misma época. Hoy cuesta 3’990.000 pesos.
Ya uno no sabe si lo que mata a la gente es el cáncer o el costo de los medicamentos.
(Salgo de una farmacia en la que estaba averiguando toda esa maraña de precios y variaciones. Una señora de anteojos me detiene en la calle. Exclama: “Ay, señor. Diga algo. En noviembre compré el hilo dental en 12.000 pesos. Ahora, en la misma botica, está a 16.000”. Para que se den cuenta. Un humilde hilo subió 33 por ciento en solo dos meses. ¿Se dan cuenta?)
Epílogo
Ustedes perdonarán que cambie de tema tan abruptamente, pero es que tengo el alma arrugada con lo que les voy a contar.
Resulta que en el atentado terrorista contra la Escuela de Policía General Santander, en Bogotá, murió un joven cadete oriundo de San Bernardo del Viento, que es mi tierra. Se llamaba Fernando Alfonso Iriarte Agresot y tenía apenas 19 años. En diciembre pasado, hace solo un mes, el cadete estuvo de vacaciones en nuestra tierra y, con una sonrisa en la cara, les decía a sus amigos:
–Yo voy a ser el primer general de San Bernardo del Viento.
Un mes después fueron a enterrarlo. Era nieto de mi compadre Federico Agresot, que manejaba un tractor en aquellos años de mi adolescencia. Me dejaba subir con él al tractor para ir de paseo. Nunca olvidaré el disfrute y la alegría que me daba mi compadre Federico. (En realidad, no es mi compadre en el sentido bautismal de la expresión, pero en el Caribe también llamamos así a un amigo por el que sentimos especial estimación).
Pues bien: hace quince días, cuando el cadáver del cadete regresó a su casa en un ataúd, el pueblo entero fue a solidarizarse con la familia, que es muy apreciada y humilde. En esas tierras benditas de Córdoba, Bolívar y Sucre es costumbre ancestral, en la noche en que la gente va a presentar sus condolencias –lo que por allá se llama “dar el pésame”–, que se forme una reunión adolorida de vecinos a los que la familia del muerto les brinda, en señal de gratitud, una tacita de café.
Pero esta vez eran tantos en el velorio que se acabó el tinto. Entonces, según me escriben mis paisanos, ocurrió el sencillo milagro que solo hace el corazón: alguien llegó con media bolsita de azúcar, otro llevó cuatro onzas de café, una señora puso dos galletas de soda. Media hora después, el pueblo entero estaba reunido, amorosa y solidariamente.
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